domingo, junio 04, 2006

Habito


Desde 1981 habito en un mundo extraño, tan extraño es este triste mundito que resulta ser más real lo que aparece en las pantallas de cine que en mi cotidiana experiencia, valga decir que 24 años es poco o nada comparándolo con la matusalenica edad de Álvaro Mutis, residente desde 1923, y es que releyendo algunos de sus versos y ahora que compre el libro de este escritor publicado por la UN lo tengo bastante cerca de mis referentes. Entendamos que no se trata de negar la realidad, esa tediosa realidad que se nos convierte en cierta no solo a través de la pantalla de televisión en horario de noticiero, si no más bien a cada salida y tropiezo con un sin fin de desdichados, esos que conocí primero en las pantallas que en el asfalto puro y duro de mi ciudad. Los indígenas que me mostraban las peliculitas estadounidenses no se llamaban indígenas, eran salvajes... los malos eran rusos o alemanes, también estaban los buenos amarillos que de arroz si sabían y parece era la única razón para no exterminarlos, porque para chop suei no hay quien les gane. Era mucho más sencillo entender el mal delimitado por las fronteras, el acento brusco y la bandera roja... y tan seguros bajo el fusil aun humeante de Rambo, o Comando o cualquier superman bizarro que creaban para sentirse nuestros padres protectores, y claro, ante tal tranquilidad nos pusimos a leer, nos pusimos mis libros y yo porque parece que en mi generación esa es una practica arcaica o propia de iniciados en un club subterráneo y misterioso. El caso es que mientras más leía más extraño era todo, decidí no tomar muy en cuenta la realidad que me mostraba mi calle de ladronzuelos rapaces y puticas jóvenes y baratas, a fin de cuentas afuera estaban los sheriffs de las películas.
Baudelaire me hablaba de unos mendigos que para mi solo eran posibles en una Francia lejana, húmeda y sucia, Gorki pasaba junto a mi en unos caballos gigantescos y magníficos, solo posibles antes que esa mala gente se volviera comunista y asesina y demente y peligrosa y un sin fin de yes.

Así crecí entre unos libros viejos o viejos los autores, pero como no solo de literatura vive el hombre fui de nuevo al cine, o el cine vino a mi, que para el caso es lo mismo, y vi volar una estatua de Lennin por el centro de Berlín, y colgaban pancartas de coca cola en las paredes, y los carros suntuosos y brillantes a los que yo me había acostumbrado, los vi mezclarse con esos vejestorios Lada o similares propios de los anacrónicos dementes.
Supe también de casas en las que las dagas volaban, o viajeros y magos que aunque ni chinos, ni japoneses, si amarillos y oji rasgados que nadie tubo la decencia de presentarme y los asimile como malvados.

El mundo del bien y del mal del que a esta altura yo ya sospechaba, se termino de ir al suelo cuando desde la cuna de mis antiguos héroes cinematográficos, me mostraban como juegos pirotécnicos un sin fin de lucecitas que acababan con Simbad y mis mil noches y una noche de fantástica lectura.

Supe entonces que como a Casiopea, se me había hecho tarde, que la guerra había terminado o apenas comenzado, y que esta vez iba en serio, y que ya no tenia quien me protegiera, o a quien mirar con el odio de otros tiempos.

1 comentario:

Arpia dijo...

A mi parecer es un buen escrito, refleja tu vida tal vez de una manera anonima, por la hora en que lo colgaste, pondria gran cantidad de desahogo en tus palabras que quizas atrapadas en tu mente y el esfero deseosas de salir rebentaron la noche.