Mientras la luna iluminaba los senderos del viejo bosque de álamos, sus cascos resonaban grácilmente en el valle, llevaba un trotecito alegre de primavera en flor que deleitaba a los grillos por su armónico sonar.
El bosque emanaba un aroma gentil a los residentes entre los que se contaban lechuzas, búhos, azulejos, colibríes, palomas, aves del paraíso, algún que otro dodó y otros tantos pajarillos, lombrices, escarabajos, polillas, mariposas, hadas, duendes y elfos y por supuesto la tribu de nuestra hermosa Xaphania.
Xaphania era una bella unicornio con un par de alas de mariposa que le otorgo Sophia, la reina de las hadas, como presente por su nacimiento. Sophia fue su hada madrina y su mejor amiga, le enseño las bellas artes del vuelo de las hojas y la ascensión de las plumas sueltas, recorrieron infinidad de caminos por el solo gusto de recorrerlos.
Su jardín favorito era Orión, la estrella central del afamado cinturón, allí se embelesaban con el atardecer de Júpiter y el nacimiento de la noche con sus dieciséis lunas (pero las que la unicornio más apreciaba eran Europa, Ío, Calisto y Ganímedes). Alguna vez estando allí vieron que un niño lloraba en un cometa, mientras se alejaba de un planeta muy pequeño donde había una única rosa.
Pero Xaphania tenía también otros amigos, un par de caballos hermosos: el uno por su porte, el otro por su sueño. Babieca y Rocinante eran la compañía continua de los atardeceres terrestres donde jugueteaban entre árboles, ya corriendo desbocados, ya paciendo tranquilamente junto al lago. Ora conversaban sobre las campañas de Rodrigo, otrora sobre las quijotadas de Quijano.
Las tardes fascinantes de Xaphania aparecían junto con una bandada de mariposas amarillas que inundaban el corazón de la unicornio con una nostalgia desoladora, era en esos momentos que buscaba la dulce sonrisa de Sophia, que le otorgaba una paz no de camposanto y si de Villa de Leiva.
Sophia le contaba a pie juntillas los malabares de las hadas para poder vivir entre tan poca magia humana, y cuando la noche estaba clara, le narraba las bellezas de los mares profundos y agitados, le hablaba de sus amigas las sirenas, de sus cantos hermosos y sensuales.
Una mañana a principios de noviembre Xaphania conoció por primera vez a un humano, era poeta y tunante, era un dios y un esclavo. Él, estupefacto la miraba con ojos y con manos, ella un poco tímida reculó como tres pasos, el se disculpo de inmediato por su fatal atrevimiento, ella sonrió para calmarlo.
Se acomodaron sobre la hierba fresca y comieron fresas y pan y también manzanas. Él le contó sobre su tierra y sobre la gente que allí vivía, ella le contó sobre Sophia…
Los encuentros se volvieron comunes y disfrutaban de la mutua compañía, ella en ocasiones lo lleva a ver los astros y el en ocasiones le versa el nombre y el amor y el ensueño.
Pues bien amigos míos, tal vez otro día les contaré más sobre Xaphania, pero hoy me está esperando para dar un paseo por las estrellas.