A Ruth por el cigarro
y el café de luego.
Mi nombre, me enseñaron en la escuela, es largo e impronunciable, tendido como un buen augurio es inofensivo, simple como la maleza que crece en las aceras...
¿Aun desconoces mi nombre?
Se gestó en salones/salobres de sudor y/o llanto (que cliché), viendo un paisito distinto al que se vivía en los campos, creyendo de a pocos una verdad insospechada, bien oculta y fragmentada, abandonada en un rincón lleno de grietas donde mis dedos aprovechaban para esconderse, como lagartijas tímidas.
Crecí en medio de mimos, como el Buda, y como a él me enterraron la tristeza en medio de los hombros, pero yo enano, nunca Buda, termine peleándole unos versos amargos a la muerte.