martes, diciembre 05, 2006

Palomas Desaparecidas


En un remolino de plumas se baten las palomas, eternas visitantes de plazas y tejados, frágiles testigos de abrazos y de besos, de personas que en principio, enan@s y saltarines, corretean por las calles, siempre hambrient@s de un recóndito lugar que iluminar con su alegría. Luego, testig@s (las palomas y su versión en masculino) de los primeros y segundos besos menos inocentes, del roce de los cuerpos, las erecciones adolescentes, el olor de una piel fresca que se acerca peligrosamente ajena. Con el paso de los maíces que les arrojan para mantenerlas como el ornato de la plaza, presencian un amor diferente, más tranquilo, que se basta con las manos tomadas y una conversación pausada y fresca, sobre asuntos poco graves, un amor que se parece al tedio. Con el sol en el poniente suelen vigilar a l@s últim@s; quienes adivinaron que en pareja, trío o soledades la parca amable nunca los dejara en el salón de espera; siempre vendrá con una caricia a solucionar la vida.



Esas expectantes, han sido también, desde el principio de los tiempos, fieles seguidoras de las barbaries más infames de nuestra pobre historia humana.

En una plaza ya lejana por el tiempo y la distancia, una cacica venga la muerte de su hijo, quemado ante sus ojos, y con el furor de l@s indígenas de antaño, comienza un episodio de la resistencia indígena que persiste en los espíritus de los hermanos mayores. Tiempo después y omitidos asuntos semejantes, Caldas es ejecutado en otra plaza con la presencia inmutable de las plumíferas, después de haber trazado el resumen de lo que la vida es para tod@s "Oh, larga y negra partida", sin mayor diferencia temporal y muy cerca de Caldas es asesinada, junto a su novio Alejo Savarain, Policarpo Salavarrieta, que legitimo su muerte gritando: " ¡Pueblo indolente! ¡Cuan diversa sería hoy vuestra suerte, si conocieseis el precio de la libertad! Ved que aunque mujer y joven, me sobra valor para sufrir la muerte y mil muertes más". Pero no fue ella quien tuvo que sufrirlas, fuimos tod@s, porque luego de 1819 no cesaron los absurdos, cruentas guerras que necesitan cientos de paginas para narrarlas, pero Homero hace tiempo que reside en el Olimpo y no soy tan diestro para convertir la barbarie en poema. En el 48, en la misma plaza de la que hablamos al principio, cayó un sin fin de hombres y mujeres, bajo el yugo del desenfreno, cayeron después de ell@s y siguen cayendo hoy.



En una plaza cayó también Gaitán, y lágrimas cayeron en las plazas cuando hicieron caer a Pizarro, Pardo y a toda la UP… pero hubo un momento de nuestra historia en la que ni las palomas quisieron ser cómplices por testigos, que huyeron a menos viles lugares, a sitios menos escabrosos donde el demonio se erguiría orgulloso de tan buenos aprendices que ha tenido, pero el pobre no existe y no queda más que asumir la carga a quienes de ella hicieron su estandarte. Decía pues que huyeron las palomas lejos de las muertes que esgrimían a diestra e siniestra, esto es a derecha y a izquierda del panorama político, la hoz más afilada, la rabia más soez; y en su camino se llevaba a l@s otr@s, que sólo por azares estaban allí. Huyeron las palomas ese día y cuentan que pasó mucho tiempo después de que el incendio ceso, para que las palomas volvieran a ver los destrozos, l@s niñ@s ya no tan felices, l@s novi@s ya no tan apasionad@s, l@s espos@s ya no juntos, y l@s viej@s sin querer entender que la muerte estaba ahíta de sangre joven para llevarl@s a descansar, como justo era y merecido estaba, porque todos y todas desde entonces quedamos boquiabiertos frente a la barbarie.


Después del primer cañonazo contra el Palacio de Justicia y quienes allí estaban las palomas se fueron tan lejos que algunas siguen buscando el camino de regreso… están desaparecidas.